miércoles, 6 de noviembre de 2013

EL ÚLTIMO ADIÓS.





Salgo de la universidad y me amino  a subirme en un bus que pasa cerca a mi casa. No acostumbro  ha desarrollar esa actividad porque caminando llegaría en ocho minutos, y a pasos agigantados en cinco. De cierto modo quería ahorrarme la fatiga de un día de los mil diablos.        
Camino hasta llegar al último asiento de la derecha, pero antes, como rito precavido. Tiendo mi mano palpando por si un pegajoso, molestoso, y ensalivado chicle, se impregna en mi pantalón de vestir. Solo con imaginarme un pedazo de chicle colgado en esa parte del pantalón, sería blanco de  burlas, peor, si queda sostenido justo en la parte céntrica.            

Mi búsqueda fue exitosa; asiento limpio, y  sin ninguna partícula de goma de mascar, listo para ser abordado. Hasta que encontré una hoja de papel envuelta a manera de carta. Primero pensé en tirarla por la ventana- recordé la contaminación ambiental-  cuando el vehículo avanzaba la curiosidad fue despertando mi instinto. La leí  dos veces sin detenerme.  Quiero aclarar que, para publicar esta confesión he ocultado el nombre del destinatario y remitente, así como también, he corregido algunas faltas de ortográficas dándole cierto matiz en la redacción, pero, la esencia del mensaje se conserva en este breve pero sustancial escrito.


“Lo tuyo es algo  contradictorio. Me tienes, te gusto y me dejas ir. Me considero últimamente como un juguete tuyo, eso es lamentable. Siento  una estúpida razón,  de la que aún no puedo escapar. Y eso se llama amor,  un amor que lo conviertes cada día en un fracaso. Te he ofrecido absolutamente todos mis sentimientos, mis palabras han sido sinceras, mis acciones mucho más.     
Ayer te busqué y  parecías una  persona sin alma,  no tenías nada para mí. Vuelvo a repetir. Algo contradictorio a dos días  atrás;  donde me abrazabas como si de verdad me necesitaras. Me besabas como si el mundo se terminará. Me hablabas silenciosamente, con deseos y aliento de pasión; como si poco a poco se extinguieran las palabras de este mundo. Por último; siento que siembras en mí, tu maleficio de sentimientos. ¿Te parece justo? ¿Me lo merezco?


Una de tus infames  excusas es manifestar  que no soy atento, que no te quiero, pues, qué más atención puede recibir  una Reyna de su fiel escudero. Si  te pregunto ¿qué te sucede, te puedo ayudar?   No respondes. Me parece que tu  complejo e  inmadurez consume más tu vida. Así como tú la haces con la mía. Hoy  la gente de la universidad, me dicen que soy un perfecto  cojudo, un idiota sin sentido por  andar tras de ti.  Sinceramente ya me estoy cansando. Todo el mundo necesita ser feliz y esa felicidad definitivamente no es a tu lado. Solo quiero olvidarte en esta última carta; ya no me busques, déjame libre, no me confundas, toma lo superficial  que yo me quedo con lo real”  Adiós.

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