Estoy seguro que más de una vez
soñaste con tener un auto; último modelo, exclusivo, confort y reluciente. Color negro, rojo, azul, o al
gusto del cliente. Te imaginaste estar
frente al volante, conduciendo por
avenidas, calles, rutas de cualquier
ciudad. Sintiendo cómo ese airecito rosa tu piel y hace bailar tu cabello. Moviendo
tu cabeza arriba y abajo. Como si dijeras un sí, pero al ritmo de alguna
canción y a todo parlante, como para entrar en la onda primaveral o veraniega.
Mi familia y yo también lo
soñamos. Hasta se nos hizo realidad. Pero lo que nunca soñamos
es que ese auto comprado sería con el
último sueldo de papá. Un ocho de octubre del 2010, producto del maldito
sistema de privatización de empresas. Mi
padre fue obligado a salir del trabajo; con
un sentido pusilánime, preocupado y un
sobre conteniendo dinero (el mismo que sirvió para comprar el auto “soñado”). Con
pasos sobrios pero melancólicos llegó a su casa. Desde ese momento formaría
parte de la innumerable lista de
jubilados del Perú.
Papá manejaría su auto. Saldría a
recorrer las calles. Ya no con esa perspectiva de ocio y diversión, sino con el
único propósito de generar dinero, sin
embargo, al cabo de una semana y media de trabajo. El hombre que cambió
forzosamente su oficina por cuatro ruedas, enfermó.
Estuvo en cama un par de días y abandonado a su suerte pregonando su infortunio, Jamás quiso regresar al oficio de taxista. No mientras su orgullo de trabajador responsable y empeñoso había caído por el suelo.
Su auto solo lo utilizó para transportarnos en caso de emergencias o actos casuales; pero no para un domingo familiar.
Estuvo en cama un par de días y abandonado a su suerte pregonando su infortunio, Jamás quiso regresar al oficio de taxista. No mientras su orgullo de trabajador responsable y empeñoso había caído por el suelo.
Su auto solo lo utilizó para transportarnos en caso de emergencias o actos casuales; pero no para un domingo familiar.
Hace tres días me llamaron a mi
celular. Era mi hermano. Me dijo que mi padre vendería su auto. Lo compraría un señor que tiene el dinero
suficiente como para terminar de esfumar nuestros sueños, ese que alguna vez nos creamos (y que ya conté). Aquel
que dejará su dinero en casa, quizás, para comprar alguna necesidad. Me imagino en los próximos días
de octubre y el resto de este tiempo. Una cochera vacía y polvorienta.
0 comentarios:
Publicar un comentario