Por esos años,
él tenía todas esas características que fácilmente desprende un infante
de 12 años; raudo, travieso y sobre todo hacendoso a la hora de ayudar en
los quehaceres del hogar. Daba la
apariencia de todo un niño fortachón con súper poderes como los héroes de la
televisión. Lavaba y Limpiaba los
platos, sin gimotear; Empujaba la silla de madera y la colocaba sin ningún
problema frente al lavaplatos. Restregaba
y restregaba los servicios, quitándole esos minúsculos residuos aparentemente difíciles de sacar. Ollas,
cucharas, platos y vasos, los últimos cada vez iban quedando menos. Pues “Eduardito”, tenía ciertamente dedos de
mantequilla.
Era el medio día, y el sol ingresaba por los agujeros de las viejas calaminas. Carros
y motos, aceleraban haciendo ruido lo
cual indicaba, que era hora de acudir al
colegio. Eduardito siempre pensaba en tener una grandiosa tarde. Es más, había
hecho la tarea correctamente y estaba
listo para una jornada diaria en el colegio, y así sucedió, cogió su movilidad
escolar y fue directo a clases, Pasaría un fin de semana de full relax con los
amigotes, jugando al futbol, la lata
lata, empuñadas. Entre otros momentos recreativos.
Por la tarde, mientras el sol se abismaba,
Eduardito escuchó esa voz peculiar –media aguardentosa- de todo pueblo
pintoresco “cambio pollitos y paletas
por botellas, zapatos viejos” en
la palabra botellas siempre había un prolongación de la A, al igual que la O en
la palabra viejos.
Eduardito salió apresurado. En toda su inocencia le preguntó cómo haría para cambiar los pollitos. El vendedor respondió- con zapatos y/o botellas- De repente, el bien emocionado Eduardito, atrapado por sus ansias de tener un plumífero animal, cogió sus zapatos de colegio y los cambió por un polluelo color amarillo.
Eduardito salió apresurado. En toda su inocencia le preguntó cómo haría para cambiar los pollitos. El vendedor respondió- con zapatos y/o botellas- De repente, el bien emocionado Eduardito, atrapado por sus ansias de tener un plumífero animal, cogió sus zapatos de colegio y los cambió por un polluelo color amarillo.
Con el pollito en las manos. Eduardito ingresó
a su casa muy sonriente. Bañó al inofensivo pollo, lo secó con un trapo viejo,
finalmente lo metió en una cajita bien acurrucadito.
Desde ese momento, al pollo no le faltó abrigo, ni mucho menos un nombre, ya que Eduardito miró la sección de nombres junto a la fecha actual del calendario. Y lo bautizó con el nombre de, “Godofredo” Sí, el gran pollo canjeado por relucientes zapatos del colegio se llamaría así. Godofredo.
Pasó el fin de semana y ahora era lunes, la mamá de Eduardito buscaba desesperadamente los zapatos; Como toda madre preocupada por el cuidado de su hijo, hizo una exhaustiva búsqueda. La misma que terminó junto a un vocabulario no tan grato y extenso. Los ajos y cebollas no faltaron ni para el almuerzo. Así transcurrió el tiempo, y el niño Eduardito acudía al colegio en sandalias.
Godofredo creció y ya era un gallito esplendoroso, cantaba con algunos ronquidos como queriéndose atorar. También Picoteaba los restos de arroz que Eduardito le tiraba desde su mesa, a la hora de almorzar.
Lo acompañaba a todas partes de la casa, Poco le faltó dormir en la misma cama como si fuera esos perros engreídos.
Desde ese momento, al pollo no le faltó abrigo, ni mucho menos un nombre, ya que Eduardito miró la sección de nombres junto a la fecha actual del calendario. Y lo bautizó con el nombre de, “Godofredo” Sí, el gran pollo canjeado por relucientes zapatos del colegio se llamaría así. Godofredo.
Pasó el fin de semana y ahora era lunes, la mamá de Eduardito buscaba desesperadamente los zapatos; Como toda madre preocupada por el cuidado de su hijo, hizo una exhaustiva búsqueda. La misma que terminó junto a un vocabulario no tan grato y extenso. Los ajos y cebollas no faltaron ni para el almuerzo. Así transcurrió el tiempo, y el niño Eduardito acudía al colegio en sandalias.
Godofredo creció y ya era un gallito esplendoroso, cantaba con algunos ronquidos como queriéndose atorar. También Picoteaba los restos de arroz que Eduardito le tiraba desde su mesa, a la hora de almorzar.
Lo acompañaba a todas partes de la casa, Poco le faltó dormir en la misma cama como si fuera esos perros engreídos.
En realidad, eran momentos hilarantes ver a Eduardito hacer esos juegos y malabares
con Godofredo.
Hasta que llegó ese día, donde esos actos se esfumaron convirtiéndose en tristezas, cuando Eduardito se sentó a la mesa, y Godofredo lo acompañaba, pero, desde su plato.
Hasta que llegó ese día, donde esos actos se esfumaron convirtiéndose en tristezas, cuando Eduardito se sentó a la mesa, y Godofredo lo acompañaba, pero, desde su plato.
ayyyyyyy Pobrecito el pollo, Frank que historia.
ResponderEliminarte felicito frank escribes muy bonito con paciencia he ido leyendo estas publicaciones que bueno encontrar a personas que sienten la inspiracion en la palabra, ya casi no se ve ese manejo del idioma.
Angie tenia razòn cuando me recomendo leer al escribano, saludes te ha enviado y una abrazo de corazon. Consuelo